Cualquier noche de un jueves, viernes o sábado, podrán ver en distintos lugares nocturnos de la ciudad un constante ‘tac-tac… tac-tac’. Decenas de féminas que empiezan a llegar a los diferentes sitios, con un motivo en particular o simplemente descargaran el stress de la semana.
La mayoría usa jeans pitillos bien apretados y empinadísimos zapatos, esos que están de moda. Lo que me llamó la atención fue que casi ninguna podía manejar bien los tacos y parecía que caminaran como si estuvieran pisando huevos o lo que era peor, como si acabaran de bajarse de un caballo.Ellas juraban que se veían lindas todas arregladitas, pero no se daban cuenta que la posición y movimiento del cuerpo ¡les mataba todo el look!.
Además, en las condiciones que están nuestras calles Antofagastinas, que dejan pequeños espacios entre sí, no será raro que en mas de alguna ocasión a una desafortunada se le atascara el taco aguja y otra, algo más despistada, seguirá caminando a lo Cenicienta porque el piso se había quedado con su zapato.
Confieso que todo esto me causó risa y no pude evitar pensar cómo andarían las susodichas luego de estar paradas durante un par de horas y de haber bailado una que otra canción… ¡pobres pies! Pero la risa cesó abruptamente..
-¿Yo también me veré así?”
-¡Espero que no!
…
La última vez que me puse un par de tacos para ir a una disco, a las 3:30 de la mañana mis acalambrados pies no podían más. Sentía un horrible hincón en el talón (apurada había salido sin las curitas de rigor) y una quemazón en la zona de la articulación del dedo gordo, justo donde estaba el corte del zapato, me indicaba que definitivamente tenía una señora ampolla.
En plena voltereta salsera, después de que me había pasado un buen rato tratando de distraer el dolor con la concentración que me requería evitar algún vergonzoso tropiezo, le imploré a mi acompañante que nos fuéramos. ¡Quería quitarme los lindos -pero odiosos- zapatos ya! Y solo fui feliz cuando, una vez sentada en el auto, los dedos de mis pies se movieron libremente.
Sinceramente no sé cómo hacen las que andan en puntillas prácticamente los siete días de la semana. Yo, primero por cuestiones de altura y luego por comodidad (y porque durante algunos años no sé porqué me fijaba en chicos bajos), me he acostumbrado a andar en ballerinas o en zapatillas. ¡Andar en tacos es un arte! Supongo que es cuestión de educar al pie, así como lo hacen las bailarinas de ballet, para lograr a ser como las muñecas Barbie, que andan eternamente en puntitas y nunca pierden la sonrisa. ¡Ja! Esas imágenes estereotipadas que nos da la niñez…
¿Por qué someterse a ese martirio? ¿Acaso al día siguiente, una vez terminado el carrete, el dolor no continúa? ¿Acaso las ampollas no tardan días en desaparecer y a la larga se convierten en callos? ¿Acaso no sabemos que usar zapatos ajustados, en punta y empinados hacen que salgan juanetes, los que alteran toda la estética del pie? Claro que los zapatos con tacos altos estilizan no solo el pie, sino toda la figura, pero haciendo un balance costo/beneficio, ¿vale la pena?
La mayoría usa jeans pitillos bien apretados y empinadísimos zapatos, esos que están de moda. Lo que me llamó la atención fue que casi ninguna podía manejar bien los tacos y parecía que caminaran como si estuvieran pisando huevos o lo que era peor, como si acabaran de bajarse de un caballo.Ellas juraban que se veían lindas todas arregladitas, pero no se daban cuenta que la posición y movimiento del cuerpo ¡les mataba todo el look!.
Además, en las condiciones que están nuestras calles Antofagastinas, que dejan pequeños espacios entre sí, no será raro que en mas de alguna ocasión a una desafortunada se le atascara el taco aguja y otra, algo más despistada, seguirá caminando a lo Cenicienta porque el piso se había quedado con su zapato.
Confieso que todo esto me causó risa y no pude evitar pensar cómo andarían las susodichas luego de estar paradas durante un par de horas y de haber bailado una que otra canción… ¡pobres pies! Pero la risa cesó abruptamente..
-¿Yo también me veré así?”
-¡Espero que no!
…
La última vez que me puse un par de tacos para ir a una disco, a las 3:30 de la mañana mis acalambrados pies no podían más. Sentía un horrible hincón en el talón (apurada había salido sin las curitas de rigor) y una quemazón en la zona de la articulación del dedo gordo, justo donde estaba el corte del zapato, me indicaba que definitivamente tenía una señora ampolla.
En plena voltereta salsera, después de que me había pasado un buen rato tratando de distraer el dolor con la concentración que me requería evitar algún vergonzoso tropiezo, le imploré a mi acompañante que nos fuéramos. ¡Quería quitarme los lindos -pero odiosos- zapatos ya! Y solo fui feliz cuando, una vez sentada en el auto, los dedos de mis pies se movieron libremente.
Sinceramente no sé cómo hacen las que andan en puntillas prácticamente los siete días de la semana. Yo, primero por cuestiones de altura y luego por comodidad (y porque durante algunos años no sé porqué me fijaba en chicos bajos), me he acostumbrado a andar en ballerinas o en zapatillas. ¡Andar en tacos es un arte! Supongo que es cuestión de educar al pie, así como lo hacen las bailarinas de ballet, para lograr a ser como las muñecas Barbie, que andan eternamente en puntitas y nunca pierden la sonrisa. ¡Ja! Esas imágenes estereotipadas que nos da la niñez…
¿Por qué someterse a ese martirio? ¿Acaso al día siguiente, una vez terminado el carrete, el dolor no continúa? ¿Acaso las ampollas no tardan días en desaparecer y a la larga se convierten en callos? ¿Acaso no sabemos que usar zapatos ajustados, en punta y empinados hacen que salgan juanetes, los que alteran toda la estética del pie? Claro que los zapatos con tacos altos estilizan no solo el pie, sino toda la figura, pero haciendo un balance costo/beneficio, ¿vale la pena?
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